Yo llegué al tango por amor. Esa es la historia que cuento (o que me cuento) cuando alguien me pregunta porque escogí el tango como danza para cultivar. Comencé a ir a clases porque el chico con el que salía en aquella época bailaba tango y yo quería aprender para poder bailar y divertirme con él. Honestamente, no conocía gran cosa del tango, ni de la historia ni de su cultura, pero me entusiasmaba la idea de poder conectar con él en otro nivel. Además, me daba el pretexto perfecto para poder disfrutar de mi sensualidad y para vestirme con ropa que de otra manera muy difícilmente usaría: sexy, elegante y con tacones altos. Al principio mi motivación era aprender a bailar tango para tener una mayor conexión con mi novio, pero mientras más me esforzaba, menos lo lograba.
Confieso que secretamente también deseaba ser su tanguera favorita y sentirme única y especial. Así que me inscribí a la escuela más cercana del barrio y así nació lo que sería una relación a largo plazo con el tango argentino y su cultura, porque la historia con el chico no duró, pero en cambio una nueva comenzó, una que sí se permaneció.
Me tardé en entender que para bailar tango siempre se necesitan dos. Pronto surgieron las inseguridades y las carencias emocionales de los dos. Sufrí mucho en esa relación y me culpé bastantes años de su fracaso. Y así, bailamos por algún tiempo el tango de la abandonada y el desertor, el vals de la persecutora y el perseguido, la tanda de la víctima y el verdugo. Los papeles se confundían, en el tango y en la vida de todos los días. Unas veces guiaba él y otras yo. Íbamos a las milongas de las relaciones disfuncionales. Bailes de salón donde éramos parte de comportamientos insatisfactorios inconscientes individuales y colectivos. La historia vivida de esa manera, estaba condenada al fracaso y no se desarrolló.
Afortunadamente, me gustó tanto el tango y su cultura que sigue siendo parte activa de mi vida y procuro ser constante y disciplinada e ir por lo menos una vez a la semana a bailar. La relación con ese chico me enseñó que con él y con todas las demás relaciones de mi vida (dentro o fuera de la pista), siempre se necesitan dos. En nuestro caso, había dos amateurs (al menos yo) en la danza del amor, que culpaban el uno al otro por no coincidir ni en tiempo ni en deseo o intención en ese preciso momento de nuestras vidas.
Hoy estoy convencida que cada persona y cada relación es única y especial, cada tanda es diferente, incluso con la misma persona. Me maravilla el simple hecho de pensarlo. Aprendí que es inútil querer forzar la conexión que no es auténtica o genuina. No hay manera posible de controlar ni el deseo ni las ganas de alguien más. El tango es en todo caso un amplificador de emociones previas agradables y desagradables, fuente de mucha diversión y de mucho placer, pero también un amplificador de nuestras carencias y de nuestras inseguridades.
No siempre la experiencia es positiva, muchas veces no lo es. Se necesita no solo coordinación y conexión, también musicalidad, deseo e intención. Los bailarines deben aprender a escuchar al mismo tiempo su propio ritmo, el de la otra persona y el de la música. Se debe cuidar no recargarnos demasiado en la pareja, y lograr ser independientes sin perder el equilibrio. Es un baile de dos en movimiento y en profunda armonía el uno con el otro, justo como lo debería ser cualquier otra relación.
Ahora, después de varios años he logrado hacerme cargo de mi satisfacción personal y de mi actitud, y no solo en las milongas; sino en la vida en general. Dejé de culpar a mi pareja si no obtengo la conexión que necesito en ese momento, pero tampoco tomo toda la responsabilidad de la relación. Sigo cultivando el baile porque me permite centrarme en el aquí y en el ahora, me hace ser más consciente de mis límites personales, de lo que acepto y de lo que rechazo, de lo que quiero cerca y de lo que no. Me muestra claramente la diferencia entre las relaciones que deseo cultivar de las que son meramente circunstanciales.
El aprendizaje no siempre es fácil ni agradable, pero cada persona que llega a nuestras vidas, tangueras o no llegan en un momento preciso para enseñarnos algo. En mi corazón no existe más que un agradecimiento enorme por todas las personas que he podido conocer, por las que se han ido, por las que permanecen, y por las que están por venir.
Yo soy todavía una apasionada (amateur con experiencia) de éste baile, una milonguera. No soy profesora de tango, ni bailarina profesional, tampoco organizadora de eventos, ni pretendo serlo. Soy terapeuta en relación de ayuda, especialista en terapia relacional, uso y cultivó al tango como otra herramienta más de desarrollo personal. A mí me ha ayudado enormemente a recuperar mi libertad y sobre todo a recordar que en toda relación se necesitan dos para poder bailar y sincronizar.
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