Antes del tango nunca antes tomé clases de ninguna otra danza. Tuve la suerte de nacer en una familia y en una cultura donde bailar siempre ha sido parte de la dinámica social y a mí siempre me ha gustado, así que lentamente me fui enamorando de su belleza, de su sensualidad y de la elegancia de ver dos personas bailar y sincronizar casi perfectamente al ritmo de una orquesta con bandoneón. Encontré que, para mí, la magia no estaba solamente en la técnica sino en la conexión con la otra persona, y en la calidad de la improvisación. Así que poco a poco, con disciplina, constancia y mucho amor fui mejorando ,me fui interesando cada vez más en la en la música, en la historia, en la cultura y claro, en las orquestas y en las y los bailarines. Desde hace unos años voy puntualmente cada semana a clases y si puedo me quedo casi siempre un poco más en las milongas para practicar y socializar.
No fue un camino fácil, pues como todo nuevo aprendizaje requiere mucha humildad. Recuerdo, que al principio veía a los tangueros más avanzados como si fueran inalcanzables, me intrigaba saber porque no bailaban con las personas que como yo venían de comenzar. Muchas veces, todavía hoy me lo pregunto, pero aprendí a aceptar que sus razones tendrán. Dejé de verlos como inalcanzables y a observar un poco más allá, pero sobre todo y lo más importante es que he aprendido a concentrarme en lo que sí depende de mí, eso me permite poner toda mi energía en las personas con las que sí tengo la oportunidad de bailar para así poder regalarles mi presencia, eso me permite contactar conmigo y con ellos, me divierto muchísimo más y hace mi experiencia mucho más enriquecedora.
No todas las noches son mágicas o especiales, de hecho, he encontrado muy pocos momentos en los que he llegado a sentir esa explosión de emociones y sensaciones que bailar tango te puede producir, pero cuando sucede es tan único y especial que me toma tiempo recuperarme. Necesito detenerme un momento para poder procesar lo que viene de pasar y cuando lo logro lo que quiero es volverlo a sentir. Muchas veces he buscado volver a sentir la misma calidad de conexión incluso con la misma persona, pero raramente ocurre. Así tengo que aceptar que solo son instantes y doy gracias por las veces que he podido experimentar esa intensidad, pero entiendo bien a los tangueros que vuelven religiosamente cada noche esperando cazar la misma sensación otra y otra vez.
A mí bailar tango me da la posibilidad de abandonarme en los brazos de otra persona y de sentir su humanidad, sin tener que forzosamente desarrollar ningún otro tipo de relación ni siquiera una amistad. La mayoría de las veces la química que existe en fracciones de segundos se desvanece en el segundo que comenzamos a hablar. Yo he sentido esa conexión hermosa con personas con las que muy difícilmente coincidiría en la vida cotidiana. Para bailar tango no es necesario hablar, la comunicación pasa a través de la energía del cuerpo y de las sensaciones. Es como meditar, pero junto a otra persona. Soy consciente de cada parte de mi cuerpo y puedo percibir el más mínimo movimiento de la persona con la que estoy bailando.
Cuando bailo el mundo se detiene, me deja de importar los que están mirando y lo que puedan opinar. Me dejo llevar. Estoy completamente en el aquí y ahora. Muchas otras veces soy yo la que disfruta de observar a las parejas bailar. A mí el tango me da alas, movimiento, libertad, en un contexto donde puedo explorar mi sensualidad en relativa seguridad. Es una fuente inagotable de autoconocimiento.
En éste sentido el tango tiene mucha relación con la terapia. Es un baile de relación, de conexión, se requiere estar presente y mucha improvisación. Es espontáneo y no dirige; sino que propone, da pistas. Se necesita una técnica adecuada para poder avanzar, pero no busca el control; sino la liberación de la expresión a través del cuerpo y de la emoción. Hay una estructura. Nos hace conscientes de nuestro aquí y ahora, nos muestra como funcionamos en nuestro interior y nuestras dinámicas en relación. Resulta casi imposible ocultar quienes somos, lo que rechazamos y lo que deseamos.
Nos pone en contacto directo con nuestra belleza y con nuestra obscuridad. Puede ser así una experiencia transformadora o una abrumadora dependiendo de quienes seamos y en que momento de nuestras vidas estemos. Hay que liberarse del propio juez interior para poder disfrutar plenamente la experiencia. Requiere mucha humildad y mucha aceptación. Hay que aprender a respirar y a escuchar. El tango nos hace conocernos mejor, afirma nuestros gustos, nuestras preferencias y nuestra personalidad y para eso se necesita disciplina y practicar. Al final, todos vamos porque sentimos esa necesidad de poder conectar con la humanidad.
El tango NO es una terapia como tal (aunque pueda llegar a serlo) es tan solo una herramienta más con el potencial de generar bienestar. Yo me considero amateur profesional, una milonguera. Soy también terapeuta en relación de ayuda y bailar tango sin duda enriquece mi práctica. El combinar éstas dos disciplinas me ayudan a centrarme, a encontrar mi propio equilibrio, a bailar con gracia, elegancia, técnica y mucha pasión dentro y fuera de la pista, pero sobre todo a encontrar el punto de equilibrio en mi vida personal y profesional.
Encuentro mucho más fácilmente el punto de conexión con la otra persona, y es ahí donde sucede la magia de la relación.
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